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diumenge, de febrer 27, 2011

Hipermediacions, cibercultures, comunitats virtuals, identitats digitals: base teòrica

SCOLARI, C. (2008). Hipermediaciones. Elementos para una Teoría de la Comunicación Digital Interactiva. Gedisa, Barcelona, 318 pp.


En aquest llibre Scolari repassa les teories de la comunicació i defineix l'objecte d'estudi de la nova comunicació, potser difícil de definir com new media, mitjans interactius, comunicació digital, cibermitjans, metamitjans, cibercomunicació o ecomunicació, que són els conceptes que s'han manejat els darrers anys.

Per a estudiar els nous mitjans Scolari ho contextualitza en l'aparició de nous estudis i teories com:


  • Teoria de l'hipertext (Bolter, 1991; Landrow, 1995, 1997; Scolari, 1994).

  • Estudis de la interacció persona-ordinador (Schneiderman, 1998; Laurel, 1989).

  • Investigacions sobre la comunicació mediada per ordinadors (Rheingold, 1993; Turkle, 1995).

Aquests camps del saber tenen les arrels en tradicions acadèmiques com la narratologia, l'ergonomia, la sociologia o la psicologia. La majoria d'ells pot ser integrada sota el paraigúes de les cibercutures,

Transcripció sobre el que argumenta Scolari sobre Ciberculures de la pàgina 133 a la 137:

“El primer salto en la reflexión cibercultural lo podemos situar a principios de los años ochenta, cuando una buena parte de los prototipos de laboratorio salieron a conquistar los mercados. En pocos años nada sería igual. Nuevas máquinas personales (PC Ibm, Apple, Amiga), interfaces gráficas (Macintosh), dispositivos de interacción (ratón), protocolos para la transferencia de datos (TCP/IP) y aplicaciones (Visicalc, Hypercard, Word, etcétera) se combinaron entre sí para remodelar la red sociotécnica. A esta explosión de los dispositivos software y hardware se debe sumar la conformación de un caldo de cultivo discursivo donde se mezclaba la literatura ciberpunk con las primeras reflexiones sobre el hipertexto, las teorías de la interacción persona-ordenador, la new economy y la inteligencia artificial. En ese clima los sobrevivientes del movimiento hippie californiano cambiarían el LSD por la realidad virtual y las comunidades en línea, y los programadores se lanzarían a la búsqueda de la killer application, el santo grial de la informática. Des este caótico crisol tecnodiscursivo surgen las ciberculturas.

La evolución de las ciberculturas se puede dividir en varias fases. La primera de ellas – bautizada “cibercultura popular” (Silver, 2000) – consiste en una reflexión de origen periodístico caracterizada por su naturaleza descriptiva, su limitado dualismo y su visión de internet como una nueva frontera. En esta primera fase se introdujeron en el universo discursivo conceptos como internet, ciberespacio – reciclado de la novela de ciencia ficción Neuromancer de William Gibson (1984) -, Usenet o World Wide Web. Según Silver, en la primera mitad de los años noventa cada vez que se nombraba a internet se debía aclarar que se trataba de la “red global de ordenadores”. Además, los artículos presentan largas descripciones del funcionamiento de los protocolos de comunicación o de sistemas como Gopher. Dicho en términos semióticos: el lector modelo (Eco, 1979) de estos textos aún no tenía en su enciclopedia mental los conocimientos básicos de cultura digital, por lo que los discursos asumían un tono didáctico. Como ya vimos, el dualismo estaba presente en esta primera fase bajo la forma de una oposición radical entre una visión distópica y otra utópica de la red digital. El debate sobre la posible muerte del libro y las nefastas consecuencias de la digitalización comienza a tomar forma este período, así como el gran relato digital de pensadores tecnofuturistas como Negroponte (1995) y la metáfora de la nueva frontera digital.

La red como frontera invoca el mito del Far West y la colonización de un territorio hostil, pero donde todos tendrán su oportunidad para enriquecerse. En su clásico “Across the Electronic Frontier”, Kapor y Barlow (1990) describen a la red como un lugar a conquistar:

“El ciberespacio es una zona de frontera, habitada por unos pocos técnicos que pueden tolerar la austeridad de sus salvajes interfaces, protocolos de comunicación incompatibles, barricadas de los sistemas propietarios, ambigüedades culturales y legales, y una falta generalizada de mapas o metáforas de utilidad (cit. Por Silver, 2000).”


La nueva frontera relanzaba en clave digital el espíritu de los pioneros del siglo XIX. Podemos decir que el libro “The Virtual Community” de Howard Rheingold (publicado en 1993 y distribuido simultáneamente de manera gratuito en internet) cierra la primera fase de reflexión sobre las ciberculturas. Rheignold, un periodista especializado en temas tecnológicos y miembro activo de las redes comunitarias nacidas en la bahía de San Francisco, ofrece en esa obra una historia de internet y una descripción de las nacientes comunidades virtuales. Una buena parte del libro estaba destinada a analizar “The Whole Earth Lectronic Link (The WELL)”, una experiencia pionera dentro de las comunidades virtuales californianas.

En la segunda fase de la reflexión cibercultural, si bien se mantienen los grandes ejes de la primera etapa, las investigaciones comienzan a adoptar un perfil más académico y se centran en las comunidades virtuales y la identidades en línea. Silver (2000) la bautizará como la fase de las “ciberculturas académicas”. Además del libro de Rheingold apenas citado, otra ora marcará un punto de referencia en los debates: “Life on the Screen: Identity in the Age of the internet”, de Sherry Turkle (1995). El trabajo de Turkle, una psicóloga interesada en las nuevas formas de socialidad en línea, pasa revista a una serie de cuestiones surgidas en los entornos virtuales, dese el cambio de identidad hasta los intercambios sexuales (tinysex) o las confusiones entre el mundo real y el de las pantallas. Aplicando métodos de matriz etnográfica y psicológica, Turkle describe un universo desconocido fuera de los campus estadounidenses: los juegos de rol en línea conocidos como MUD.

El acercamiento de nuevos investigadores renovó los métodos y las teorías desde las cuales se analizaban las ciberculturas. Algunos sociólogos consideraron a las comunidades virtuales como si fueran redes sociales (Wellman et al., 1996) mientras que otros recuperaron la tradición interaccionista (Smith y Kollock, 1999). Desde la antropología se fue delineando un subdominio denominado “cyborg anthropology” dedicado al estudio de las intersecciones entre individuos, sociedad y redes digitales (Downey y Dumit, 1998). En esta producción teórica sobre los ciborgs, cuerpos virtuales, ciberfeminismo y vida posthumana no podemos dejar de incluir investigadoras como Hayles (1999) y Haraway (2004). La etnografía se hizo presente con el análisis de los usuarios, las identidades y las conductas en los entornos virtuales (Baym, 1995a, 1995b, 1997) y periodistas especializados como Kelly (1995), ciberfilósofos como Piscitelli (1995, 1997), Lévy (1992, 1996), Logan (2000) o De Kerkhove (1995, 1997) y comunicólogos como Galindo Cáceres (2006) exploraron, cada uno a su manera, las redes digitales desde una ecología de la comunicación. Los lingüistas, “last but not least”, se apuntaron a la lista con sus estudios sobre el lenguaje de las comunicaciones en línea y la netiquette.

Casi al final de la década de los noventa los estudios ciberculturales se caracterizaban por la incorporación de nuevos dominios y la exploración de las intersecciones e interdependencias entre sí. Según Silver, los trabajos de esta nueva generación de estudiosos dse diferencian de las perspectivas y prioridades de la primera y la segunda generación de investigadores de la cibercultura: “En lugar de acercarse al ciberespacio como si fuera una entidad a describir, los investigadores contemporáneos lo ven como un lugar donde contextualizar y buscar resultados más complejos, más problematizadores” (Silver, 2000). Por eso Silver habla del nacimiento de una tercera fase: las “ciberculturas críticas”. Las interacciones en línea y las comunidades virtuales se investigarán ahora desde perspectivas que integran lo social, lo cultural lo económico (Jones, 1995). Por otro lado, se estudiarán los discursos relativos a esas interacciones. El ciberespacio, desde este punto de vista, no sólo es el lugar de las comunicaciones sino también un generador de discurso, un espacio enunciativo donde una variedad de intereses declaman sus orígenes, mitos y tendencias futuras. El acceso a la red digital en general y a las comunidades virtuales en particular – limitado por motivos económicos, lingüísticos, sexuales, étnicos, políticos, culturales o sociales – será el tercer punto de la nueva agenda de investigación cibercultural. Este subdominio construido a partir del concepto de divisoria digital ha sido uno de los más explorados en los últimos años (Castells, 1996-1998; 2001). Respecto al proceso de academización del debate cibercultural, no podemos dejar de mencionar la creciente internacionalización de la producción teórica y el desarrollo de proyectos multinacionales de investigación."

2 comentaris:

dan3 ha dit...

Hola, Bel, sólo una pequeña anotación. Los estudios críticos no tienen por qué ser posteriores ni más actuales que la etnografía que se menciona como segunda fase. La brecha digital no aporta innovaciones radicales, desde mi experiencia a las etnografías e interpretaciones de la interacción y la identidad o a la emergencia de comunidades. Puede parecer que el ciberactivismo es lo último en comunicación digital y ya va teniendo sus añitos.
Encantado de saludarte en tu casa :)

Bel ha dit...

Gracias por la anotación. :-)